Cuando Gloria y yo nos conocimos, me sorprendió nuestra similitudes. Ambos éramos estudiantes distinguidos (ella más que yo), que habíamos recibido y aprovechado la oportunidad de estudiar el ITAM por nuestro desempeño; y que nuestros Papás eran Pumas – Matemáticos de provincia (con todo el bagaje que significa haber estudiado en la Facultad de Ciencias de la UNAM en los 60’s). Una coincidencia más es que a ambos, nuestros padres -cada uno por su lado- nos habían proclamado que la única herencia que recibiríamos seria la educación que decidiéramos aprovechar. Sin duda, estas coincidencias abonaron para que desarrolláramos nuestra amistad.
Cuando Gloria se refería a su Papá -Don Roberto- siempre se refería con seriedad, pero con mucho cariño. Una admiración, casi reverencial. Pero esa misma admiración hacía que –cada uno por su lado y hacia su propio Padre- siempre cuestionáramos sus ideas y experiencias, y las contrastáramos con las nuestras. Cuando tuve la oportunidad de conocer a Don Roberto, encajaba justamente en la idea que me había hecho de él. Se veía serio, disciplinado, de carácter fuerte, pero muy afectuoso y orgulloso de Gloria, por lo que ella – por su propio esfuerzo había logrado.
Después de todos estos años, puedo afirmar –y hacer extensiva esa afirmación hacia Gloria– que nuestros Padres nos han dado más que una herencia. Sin duda la posibilidad de educarnos donde quisimos ha sido fundamental; pero creo que la más importante herencia que nos han dejado, Don Roberto por su lado y Don Adolfo por el mío, es que nos inculcaron sus valores y han llenado de amor nuestros sus corazones; para que siempre nos acompañen, nos guíen cuando necesitamos definir rumbo y nos apoyen cuando hace falta.
Estoy seguro que ese legado, junto con el afectuoso recuerdo de su Papá, acompañaran siempre a Gloria y sus hermanos. Un abrazo.